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    La tristeza es esa emoción marginada que ninguno queremos sentir. Decir que estamos tristes es igual a decir algo negativo, muchas veces ,incluso sintiendo que lo estamos, la negamos diciendo que estamos bien, nos avergonzamos de ella.

    No pasa nada, no estés triste, no llores, no te quedes en casa… esas frases son las que nos acompañan cuando alguien nos ve entristecer, no nos permitimos sentirla, es algo que tiene que desaparecer, huimos de ella.

    La tristeza es una de las emociones básicas que tenemos las personas, por lo tanto es una emoción necesaria y que hay que sentirla y dejarla salir. Es una emoción que nos sirve para ayudar a reparar alguna pérdida, esa falta que nos ha ocurrido, esa ilusión que se nos ha escapado. La tristeza nos invita a recogernos, a mirarnos a nuestro interior, a descansar y a coger fuerzas para poder afrontar mejor nuestro futuro. Y por supuesto, porqué no, algo muy importante, reconocer que nos encontramos mal y pedir ayuda a las personas más cercanas.

    Si no reconocemos esta tristeza y seguimos haciendo como que no pasa nada, lo único que conseguimos es que esta se quede bloqueada en nuestro interior, seguro que irá creciendo y se transformará en algún miedo, haremos como que estamos fuertes cuando en realidad solo sentimos debilidad, y esa debilidad tardará mucho más en abandonarnos. Nuestra mente recordará esa sensación como algo traumático, como algo que no quiere afrontar y se quedará dentro de nosotros sin que se pueda resolver.

    Sé sincero contigo mismo y déjate llevar por la tristeza. No la intentes acallar…

    Durante un tiempo yo era lluvia. Era lluvia alojada en mis entrañas y que en forma de lágrimas salía al exterior. Llovía y llovía, lloraba y lloraba y no conseguía frenar ese río jamás. Una tristeza enorme me invadía, era mi compañera de insomnios, quien me daba los buenos días y se ponia encima mio con todo su peso para no dejarme levantar. Tantas lágrimas tenía que ya no eran saladas, dejaron sin sal mi cuerpo, y en su camino por mis mejillas dos surcos ácidos me dejaban.

    Sentía tanta pena, sentía tanto dolor… mis ojos dos grandes piedras negras son, mi corazón ya no puede respirar…

    Basta. Basta ya. Deja ya de llorar, me juré a mi misma que ya no lloraría más. Si no lloro no sentiré más esa tristeza. Cada vez que sentía que salían las lágrimas  cuando llegaban a mi garganta tragaba hacia adentro y las devolvía a mi corazón. Y allí se quedaban.En su cárcel particular.

    Dos pares de años pasaron con mis lágrimas sin salir, atrapadas,fuera lágrimas, fuera tristeza.

    Dolor. Dolor en el pecho, no en el corazón, un poco más arriba, hacia la garganta. Doctor, que tengo, que es ese dolor ¿serán anginas? No, no son anginas, usted no tiene nada…¿ pero, y qué es ese dolor? Me duele cuando trago, noto que tengo algo en mi interior.

    Un día caminando me tropecé contigo y en ese choque tu apretaste en mi dolor. Y entonces comencé a llover de nuevo, todas esas lágrimas que brotaban al exterior, eran lágrimas viejas, esas a las que no había permitido salir, estaban todas ellas, las de los cuatro años sin llorar, las de los cuatro años sin tristeza. Si que ha había existido esa tristeza, sólo que yo no la había dejado salir. No se quedó ninguna dentro, todas ellas querían salir, todo mi dolor quería acabar.

    Yo carcelera de todas ellas y tu la llave que las dejó escapar…

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